jueves, 24 de noviembre de 2011

Las variedades de víbora "bejuquilla"

  Entre las víboras que habitan en Yucatán, destacan por sus costumbres dos especies que gustan de permanecer inmóviles durante largos períodos de tiempo. Por confundirse con las ramas de los bejucos al colgarse de los árboles se les conoce precisamente como "bejuquillas".
    Su nombre científico es Oxibelis fulgidus y Oxibelis aeneus, bejuquilla verde y bejuquilla parda, respectivamente. Pertenecen al grupo más numeroso de las víboras, la familia conocida como Colubridae. El género Oxibelys cuenta con seis especies, de las cuales cuatro se hallan en el país.
    Las bejuquillas llegan a medir de dos a tres metros de largo y, por ser ligeramente venenosas y poseer dos o tres grandes colmillos acanalados en la parte posterior de la mandíbula por donde circula el veneno, se les conoce como opistoglifas.
    El aparato ponzoñoso de este tipo de serpientes no está adaptado para morder presas grandes, por lo que son prácticamente inofensivas para el hombre, según el naturalista Miguel Alvarez del Toro, quien en 1980 publicó el libro "Reptiles de Chiapas".
    Sin embargo, aunque su mordedura no es mortal para el hombre, se ha sabido que llega a causar inflamación local, dolores agudos y parálisis de miembros, en ocasiones por largos períodos de tiempo.
    El hecho es que se considera poca la información respecto a la
toxicidad de su veneno, al grado de que en algunos libros se menciona la posibilidad de que, en casos excepcionales, puede resultar mortal.
    Los pequeños conductos que transportan el veneno secretado por dos glándulas desembocan cerca de los dientes grandes y acanalados, y el veneno escurre dentro de la herida por capilaridad, facilitada por las ranuras de los dientes. El veneno, una mezcla de enzimas, forma parte de los jugos digestivos del animal.
    Cuando capturan a su presa, los dientes venenosos penetran en los tejidos de ésta y la serpiente lleva al cabo una especie de masticación, causando repetidas heridas hasta que el veneno paraliza a su víctima.
    La función principal del aparato venenoso de las serpientes, en general, es proveer de un medio para matar rápidamente a sus presas, y sólo de manera secundaria tiene una función de defensa; se sabe que ninguna serpiente acomete sin antes ser molestada.
    Luego de atrapar y asfixiar enroscando a sus presas, la bejuquilla las traga enteras y su digestión dura días o semanas completas.
    Sus jugos digestivos son tan fuertes que le permiten digerir incluso los huesos. Como no puede masticar, al igual que todas las víboras, se vale de su veneno como complemento de la digestión, puesto que éste rompe los tejidos antes de que actúen los jugos gástricos.
    Es por ello que en los excrementos de la bejuquilla sólo pueden encontrarse algunos dientes y plumas que no pudieron ser digeridos. Todo lo demás es asimilado por el animal. Cuando son molestadas, las bejuquillas defecan y su excremento despide un fuerte, pestilente olor cuya función es alejar al intruso.
    Ambas especies de bejuquilla son víboras arborícolas que rara vez bajan al suelo. Se alimentan básicamente de aves, aunque también de pequeñas lagartijas y roedores, a los cuales asfixian después de haber permanecido a veces durante horas quietas, al acecho de su presa que se acerca confiada por la forma de bejuco que la camuflajea.
LA BEJUQUILLA VERDE
    La bejuquilla verde, como su nombre lo indica, es de un color llamativamente verde esmeralda por arriba y amarillo canario en el vientre, con los labios también amarillos y una línea blanco-amarillenta que separa a todo lo largo de su cuerpo el color del dorso con el del vientre.
    Su cabeza, muy larga, termina en un hocico agudo. Esta es la especie de bejuquilla que más puede crecer, pues llega a medir hasta tres metros de largo, aunque éstos son casos raros.
    Principalmente arborícola, come también pájaros pequeños y ratones. Atrapa a su presa y sin más comienza a engullirla, tragándosela aún con vida, aunque esto depende de la inoculación de su veneno paralizante.
    Cuando se llega a espantar o mientras persigue a su presa, la bejuquilla verde tiene la curiosa costumbre de sacar la lengua y mantenerla rígida durante largo tiempo.
LA BEJUQUILLA PARDA
    La bejuquilla parda (Oxibelis aeneus) es, según Alvarez del Toro, la que verdaderamente merece ser llamada bejuquilla, puesto que es extremadamente larga y delgada. Llega a medir hasta dos metros, pero lo más característico es que en su parte más gruesa no mide más de 15 centímetros de diámetro.
    Su color es cenizo o parduzco, con la garganta y labios color blanco amarillento. El hocico lo tiene también agudo y levantado, al igual que su pariente la bejuquilla verde.
    Pasa su vida en las ramas de los árboles, arbustos y matorrales.
Algunas veces acostumbra sacar la parte anterior de su cuerpo por entre el follaje, manteniéndola rígida e inmóvil durante horas; toma así el aspecto de una varita seca y asombra por su capacidad de quietud.
    También gusta de extenderse entre dos árboles, prendida de las ramas o de los troncos con los extremos de su cuerpo. Un hábito más en este sentido es que puede permanecer con todo su cuerpo colgando, sujeta de una rama sólo con la cola.
    En todas estas situaciones, la verdad es que no se distingue de los bejucos cercanos donde cuelga. Incluso se da el caso de que alguna persona la tome con la mano al creer que mueve un bejuco, pero se lleva una sorpresa al descubrir que se trata de la bejuquilla parda.
    Al igual que la bejuquilla verde, la parda, cuando se molesta o al perseguir a su presa, acostumbra sacar su larga lengua y la mantiene rígida frente a su cabeza.
    De las aproximadamente 73 especies de víboras que hay en la Península de Yucatán, sólo 5 ó 6 son realmente peligrosas, por lo que es importante conocerlas para evitar su exterminio desconsiderado.

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